Es entonces cuando

Cuando llega la madrugada y el mar se calla.

Cuando se apagan todas las luces y todas las voces.

Cuando no sientes ninguna mirada.

Y nadie espera ya nada.

Cuando no hay proyecciones.

Ni vulgares conversaciones.

Cuando en el vacío no cabe nada más.

Cuando solo existe el incongruente de una humedad desértica.

Una brisa que viste la luna.

Un contrabajo de ritmo constante.

Repetitivo.

Erosivo.

Es entonces cuando.

Que imaginan ir a la luna y sin darse cuenta aúnan tanto oxígeno que comienzan a flotar

Eterna funesta duda. La bondad o egoísmo del ser humano por naturaleza. Digamos ahora egoísmo, aunque la cadena de calificativos sea mayor, sea láctea.

Quizás es que la empatía se haya roto, y aunque haya lutieres que dediquen su vida a arreglarla, no entender la condición de la madera los hace inútiles.

Bastaría con un “tú también tienes razón” para acabar cualquier guerra. Bastaría con la sencilla premisa de primun non nocere. Pero quizás es que ésta no sea tan inteligible, palpable, accesible.

Avanzamos hacia atrás, como el cangrejo que se aleja de su destino. Como las tristes líneas tangentes que una vez se encuentran no vuelven a coincidir. Como el boomeran que nunca vuelve. Como teorías nunca aceptadas, nunca practicadas. Como la foto que ves pero el tiempo ya ha pasado.

No importa el tiempo finito que dediques en tu lacónica vida, siempre te estrellarás en la última ecuación, nunca conseguirás encajar o última pieza, terminar la maqueta, encender el motor. Aunque sea esto mismo lo que nos haga avanzar.

Hay días en los que todo está tan del revés que la duda te constriñe a ti. Tan nublado que dejas de saber lo que es el sol.

El problema de raíz es la incongruencia. Lo que se conoce está mal pero se esfuma en una penitencia si incluye a tu misma persona. Porque nosotros somos. Ser nos da elasticidad en nuestra acción, ya que la importancia se proyecta desde nuestro yo que da sentido al mundo. Por eso hay sentencias injustas, niños solos en un patio de recreo, mujeres estranguladas en una cuneta, familias en una barca cruzando un océano como el viento es a la paja.

También hay personas que se agrupan con bondad de capa, pero encontrareis críticas a retaguardia, porque todo ataque al egoísmo es menos fuerte.

Y aunque haya mancha, hay resistencia. Aunque haya incomprensión hay libros, aunque haya silencios hay gritos y aunque haya dolor hay abrazos.

Escribo esto para agradecer a aquellos que no se tapan los ojos, no transigen la falta de amor al prójimo, no toleran la falta del argé en los valores. Que imaginan ir a la luna y sin darse cuenta aúnan tanto oxígeno que comienzan a flotar.

La emoción, su emoción, tu emoción 

Hola, hace ya tiempo que no pasaba por aquí.

Estaba pensando que…

Quería deciros…

Como siempre, no sé por dónde empezar. El comienzo es importante, o eso dicen. Aunque importante para qué, porque no quiero seduciros, manipularos, ni inducir a ninguna lectura que puede sea el egoísmo que duerme dentro de mí en su deseo de fluir, que os deje indiferentes después de ella.

Así que una vez más estoy en la tesitura de fuerzas opuestas. La que no quiere y la que desea. La que no quiere, suele ser la reacia a hacer de vuestro tiempo algo perdido en palabras, por otro lado la que desea, busca cualquier ápice de empatía, de valor.

Este “Eros” está aquí para hablar del sentimiento, o de los sentimientos. Quizás de los sentimientos, porque nunca vienen solos. Porque son muchos, a mogollón, creando sinergias, repeliéndose con tensión, queriendo fecundar en uno.

¿Reside la esencia del ser humano en su maldad?, ¿es verdad eso de la doble intencionalidad del altruismo?, ¿el egoísmo moral en el que las personas obran por su propio interés?,  ¿la perversión del ser humano como respuesta a su condición de ciudadano (convivir dentro de una sociedad)?, ¿se coordina esto en un discurso cuyo propósito es el poder como argumentaría Foucault?, ¿mi causa es lo mío (Marx Stirner)?, ¿un “yo” o unos “yo” interpretados por ellos mismos?

¿O reside en la verdadera buena voluntad de las personas?, ¿en los médicos sin fronteras?, ¿en los comedores sociales?, ¿en la ayuda del otro antes que a uno mismo?, ¿en la preocupación, la generosidad, la compasión del que no espera nada?, ¿en un poema de Eduardo Galeano, en la música de Ludovico Einaudi, en Theo Van Gogh que compraba en anónimo a su hermano?, ¿en la persecución de belleza y virtud?, ¿en el amor?

¿Es la moral utilidad, interés, pragmatismo?, ¿eran los mandamientos una forma de opresión al instinto vil?, ¿o no tenemos que dejar de luchar por la indiferencia moral (Hannah Arendt)?

Las cuestiones no ven la luz, porque son tantas que volverían a abrumar a Stendhal. Por mi parte, sigo creyendo que dentro de nosotros hay luz, y en aquellos cuerpos dónde estuviese obstruyéndola algo, es solo cuestión de decisión, personal e intransferible como dirían algunos contratos.

Sin embargo, seguimos rehuyendo de los sentimientos, escondiéndonos, negándolos, porque en el fondo son caos, y todo aquello que podemos acotar nos hace sentir más tranquilos (lo que en el fondo es el propósito de vida de cada uno de nosotros).

Apuesto porque sintamos todo y cada cosa, aunque estoy suponga un remolino inabarcable de incógnitas y, sobre todo, expresemos. Que seamos para los sentimientos aquel a quien miran mal en la calle por pararse a pensar. Porque no esta bien pararse a reflexionar para unos humanos que creen simples para poder entender y controlar. Que ya está bien, que sentimos, sentimos por encima de nosotros. Por ello nos emocionamos al mirar a los ojos cuando encontramos la conexión, por eso reímos a carcajadas, por eso cerramos los ojos al desear no haber escuchado algo, por eso tenemos impotencia contra cada una de las injusticias y por eso, tenemos que luchar.

Ya que estamos, ayudemos y creamos en nosotros, por nosotros.

Seamos más grandes por la verdadera y ancestral respuesta a qué es el ser humano: la emoción, su emoción, tu emoción.

 

Infalible y fácil consejo para vivir bien

El sábado me robaron el bolso, y con él, mi móvil, mi monedero y mis gafas “rechulas” de espejo.

Esquivaré el desafortunado y anecdótico accidente, en el que un varón joven vestido por el papi capitalismo sintió la necesidad de apropiarse de algo que no le pertenecía y echar a correr, aferrándose tanto emocionalmente al objeto (imagino) que no lo ha devuelto si quiera a las calles.

Sin embargo, hoy he venido a hablar del absurdo (o no) sobre qué significan dos días sin móvil.

Primer síntoma: El bolso/móvil fantasma. Como quien pierde un miembro. Porque están dentro de nosotros. O son nosotros. Porque igual que te rascas la cabeza te tocas el bolsillo. Tan ilógico como psicología conductual que hace 15 años no existía. Cada vez que volvía a salir de casa, o me levantaba de otro bar, pensaba en donde había dejado el móvil. ¿Y si lo que tenemos es miedo? Por perder el dinero que vale. Pero no por perder tiempo. ¿O por perder las relaciones si pierdes tu smartphone? No entiendo nada. Tengo móvil, luego existo.

Segundo síntoma: ¿Quién soy yo? Que “hemos sido engañados”, que la autoconciencia esa que caracterizaba al ser humano no está en nosotros, está en el teléfono. Es decir, al perder un procesador, algo de coltán y yoquesémás, es cuando te replanteas la existencia. ¿Si nadie me da un “me gusta”, si no puedo participar en los chats grupales, ni puedo lanzar mi grandilocuente opinión a twitter en ese instante…estoy o no estoy? La línea entre realidad y ficción/nube es tan delgada que asfixia en la confusión. No tengo contacto continuo con mis amigos por la red y la gente por la calle no se mira. Estamos siendo del revés. Introvirtiéndonos tanto que acabaremos por desaparecer.

Tercer síntoma: Perdida significativa de agilidad mental. Puedes andar sin el DNI, pero no puedes dar dos pasos sin un móvil, ¿y si pasa algo? Pasan muchas cosas, pero no las vemos. Zombies de día en capitales de ciudad. Con humanidad atrapada en pantallas. Siguiendo esta “idiotización”, recordaba apenas cuatro números que me enseñaron de pequeña, cuando había que marcarlos desde los teléfonos no-inalámbricos. Desde antes de que todo esto empezara.

Cuarto síntoma: Después de la negación, la ira, y la negociación viene la depresión. Cataloguesé a este cuando, después de pensar que la candidez humana devolverá tu móvil, o lo encontrarás en un bolsillo en el que ya has buscado, o lo quien lo tenga lo encenderá y llamará a tus “Aa” de la lista de contactos, aceptas que no va a volver, y dejas de fantasear y aceptar –como si se tratase de una persona– cómo va a ser tu vida sin ese dispositivo.

No he tenido google maps pero he llegado y vuelto del trabajo. No he podido pedir cita previa para el DNI ni conducido hasta la comisaría pero he podido pensar sin intrusiones, sin deberle mi tiempo a nada. He llamado al portillo de mi amiga Ana, arriesgándome a que no me cogiese el portillo (qué locura, ¿verdad?).

Os invito a que desconectéis, de verdad, y tengáis incertidumbre. Hay cosas que no se deben controlar más, o necesidades que han de parar de buscarse. Porque estamos perdiendo la vida con esta cara de asombro continua.

¿Es diferente quién grita a una bandera de quien grita a otra?

Oeste si únicos. Este si diferentes.

Nos estudian, despiezan, analizan, como miembros de características biológicas comunes. Agrupamos para entender. Unimos conceptos para darle una continuidad, un sentido, una verdad. Porque la verdad inconexa no es verdad, o en su defecto no es útil. La generalización calma, es templada. El caos asusta, da escalofrío.

Andas, observas, y gran parte de lo que ves es atrezzo. Vuelves a mirar, desde una punta hacia otra. ¿Y si esto es parte de algo más?, ¿y si no lo es y nunca nos contaron la historia porque era demasiado simple, banal, vacía?

Siempre dos vértices. El único y el diferente. No sé si somos diferentes dentro de la unidad, o únicos en la diferencia. O nada de eso. O todo a la vez.

¿Es diferente quien grita a una bandera de quien grita a otra?

—Ya, pero es que unos tienen la razón y los otros no.

—¿Quién?

—El que está apelando al respeto. El que se manifiesta por un ideal.

—¿Quién?

—El que se ha comporta bien con sus conciudadanos.

—¿Quién?

Giramos y giramos. “Diferentes” motivos. Mismas conductas. Mínimo común múltiplo. Máximo común divisor. Común, ¿no?

No venía aquí a escribir eso, o sí.

Detesto que nos odiemos. Seamos iguales o seamos diferentes.

Somos.

Cada uno tiene unas necesidades que hay que saber escuchar. Aunque sean las tuyas y no las mías. Aunque sean las mías y no las tuyas.

Estoy harta del desamparo emocional de los unos a los otros.

Ciudades de roca, que si llueve se desgastan.

Lávate las manos y tiéndelas.

Quítate las gafas y mira, sin miedo, lo que es igual que tú.

Que queremos lo mismo. Amor y comprensión.

Ofrece ese “te entiendo” que estás deseando digan primero.

Estemos en el este o en oeste.

Rompe el muro.


 

 

Supongo que no debemos culpar a la piel que muda

¿Y si no tuviésemos un lugar?

¿Y si no tuviésemos unas personas?

¿Y si simplemente no perteneciésemos?

Tratamos de darnos significación a través de otros. De nuestros padres, porque «desinteresadamente» nos conciben y nos echan a andar. De nuestros amigos, porque los escogemos a conciencia y permiten que nuestro yo, el que rehuye del ejemplo, fluya. De todas aquellas personas fugaces que vienen con algo que enseñarte y después desaparecen, tan rápido como llegaron. De los cantautores que escuchamos y las metáforas que escogemos para definirnos de sus canciones. De personajes de películas, hijos de guionistas, que nunca existieron pero aparecieron para enseñarte algo que debías ser.
Nada de eso existe, un día todo aquello que creíste inamovible ya no está, o está pero no es; como la camiseta que tanto te habías puesto y ahora te queda pequeña, como las velas que ya soplaste, como la noche de ayer. 

No podemos volver, ya ha sido, y ahora eres otro, y quizás no sean los lugares y las personas, quizás seamos nosotros, aunque ya no seamos nosotros, aunque deseemos con todas nuestras fuerzas quedarnos, por alguna razón se nos escapa.

Y es que la vida no para de girar, por más que nos empeñemos en sembrar raíces y crear lazos para dejar un rastro con pistas de dónde veníamos y donde queríamos ir, esto se acaba convirtiendo en un mero vestigio de quienes fuimos en un pasado incómodo en el ahora.

Supongo que no debemos culpar a la piel que muda. 

Tenemos la mala costumbre

Tenemos la mala costumbre de escribir solo cuando nos arde el pecho, cuando el dolor nos acorrala y empezamos a sentir en diferido; si es que sentimos algo.
Vengo de una etapa oscura, de esas en las que ves que todos tus cercanos –aunque sientas bien lejanos– te ofrecen la mano para que sigas girando. Un ciclo que no tenía muchos motivos pero sí una suma de antecedentes al crimen de ti misma, un egoísmo ególatra, no nos engañemos.
Y después de tanta tinta mojando papeles, y después de que los rayos ya brillen y mi cuerpo lo note, solo hay folios en blanco vacíos y una espalda a la pluma. 
Pero hoy estoy aquí, sentada de nuevo frente a caras desconocidas y envuelta en el acto que me hace florecer. Se me llena la boca, las manos, los ojos y la primavera cuando intento explicar la anchura de mi corazón. Con el que hoy me pongo la capa para pediros que os enamoréis.
Que no lo busquéis, que seáis pacientes y esperéis, que sintáis esperanza cuando creáis que no es para vosotros y ninguna lástima al ser conscientes de vuestros pliegues y diferencias respecto al mundo. Que sepáis mirar, con el cuidado que se estudian las cosas delicadas, y valoréis y aprecies cada momento que da una risa. Admirad, sentid orgullo y respeto del resto de comunes, y con suerte, mucha suerte, encontraréis –con la casualidad que se ve a una hoja caer– alguien especial. 
Alguien que os de valentía y coraje, que aunque ya tengáis de serie, os haga sacarlas para defender aquello que callabas, tú verdad, esa que es tan diferente como compleja. Alguien que os haga amanecer, atardecer, anochecer. Que sea motor y vela. Brújula y termómetro. 
Y si notáis en el pecho el eco del cajón, y si la vida supera a la vida porque a su lado es mejor…entonces agarrad fuerte el regalo sin envoltorio ni precedentes, con la ilusión de lo que nunca es seguro, pero con la certeza de que sí lo es. Comparte, crea un proyecto de comunes, imagina, desinhibete de lo que ya está escrito –porque tú y su historia serán siempre diferentes e únicas– y disfruta. Mima el presente que trae la casualidad y acaricia lo que te hace descubrir la otra cara del vivir.
No es este el mejor texto escrito, ni puedo generalizar hablando de amor, pero quiérete, quiérelo, al sentimiento, a las alas, a la ternura y el abismo, a la felicidad.

Me lo dijo el último lunes de enero

Llevo un tiempo sin aparecer por aquí, pero hoy traigo el saco lleno de ganas, unas ganas que espero actúen de inhibidor contra cualquier cosa que os frene y como motor de todo lo que eleve vuestra potencia.
Tengo 20 años, puedo saber poco de la vida, pero mucho de sentirla. Andando por el mismo camino que lleva siempre de vuelta a casa encontré a personas de todo tipo, con casas, manías y ropas de todo de tipo. Encontré situaciones de todo tipo, y respuestas para ellas de todo tipo también. Un «todo tipo» en los que de alguna manera sí sabía lo que no cabía. No cabía enfrentar la realidad con odio, intolerancia, falta de respeto. No cabía la doble moral, ni cabía cualquier cosa que tratara los demás como no me gustaría que lo hicieran conmigo, y no por el triste egoísmo de verme desplazada, sino por no poder dormir con sueños limpios si en ellos están el rechazo a plantas que no he podido nunca sembrar.
Al final me pasa que me enredo en simbolismos y solo acabo yo entendiendo el mensaje que quiero dejaros. Pero seré explícita y acuñaré esa frase tan bonita y anónima que dice que como tratemos al mundo nos tratará el. Seamos felices con lo que podamos, que la vida es bien breve y se escapa en el frenesí esporádico en el que late el corazón y te pide que seas mejor persona con todo lo que te rodea. Apoyad todo lo que os deje ser vosotros mismos, y luchad por lo que creéis aunque tengáis delante cien ejércitos, porque os puedo asegurar que confort viene de la mano del arrepentimiento y que apostar siempre es la respuesta. No es fácil, nada es fácil, pero no merece la pena mirar atrás y sostener que no lo hiciste, que no te permitiste el lujo de arriesgar por ti mismo. Nada puede justificar eso, y a todo hay que ponerle tesón para que la caligrafía sea buena. 
Hoy las metáforas que he dejado invitan a beber pero no sé si se visten con fuerza, aún así solo buscan que os respetéis y admiréis por lo que sois y os esforcéis por serlo. Que no todo es tan oscuro y siempre hay luz en miradas de personas que te acompañarán y remarán contigo cualquiera que sea el océano o la meta. La vida es un ciclo de acciones eternas, todo lo que das recibes, y todo has de vivirlo como si fuese un bucle eterno. Con magia, honestidad, transparencia y amor. 
Llevad pues capa, espada y montura para defender vuestras creencias e ideales en esta vida tan intermitente. No os olvidéis nunca de, asimismo, dar la mano a cualquier desconocido que la necesite y decirle que sí puede escalar la montaña, que nada está en suficiente altura si es lo que quiere de verdad. Y que lo va a conseguir. Porque lo conseguirá y se (te) agradecerá de por vida el haber respirado, y no para sobrevivir. 
Hay muchas maneras de discernir que estás en vigilia y no en sueño, paradójicamente a veces coinciden, y cuando tú vida es de ensueño, entonces sabes que estás viviendo. 

¿Alguien sabe como será el 2017?

Que se va, se está yendo, se va ya.

Maniáticos, que con un mal uso de la conjugación del verbo ir queremos despedir un año, un concepto. Pero los años no se van, no se van a ningún lado. Se quedan con nosotros, a veces en películas de vídeo, otras en recuerdos, en fotografías, en marcas en la piel. No podemos decir adiós porque tenemos memoria, aunque a veces se nos olvide.

Y me paro a pensar, en todo el champán, en el exceso de comida, en la música a prueba de tímpano, en todos los “nunca” que salen a la calle a celebrar. ¿Tan necesitados de otra oportunidad estamos?

En realidad, también podéis contraargumentar con que toda esta fiesta excesiva, desorbitada, apellidada con despropósito, es solo la objetificación de un “gracias”. Por haber vivido, aunque Ortega ya esgrimiera que eso no es una elección, sino más bien la consecuencia de ser arrojados a un mundo, que nos dará una historia –un proyecto, un hacerse–, una manera única de experimentar la realidad. Y qué gracia, ¿eh?, eso de: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo a mí”, pero qué tal si vamos más allá, si pensamos en el año vivido como esa abstracta circunstancia, de “aquello que nos afecta” y “que determina nuestras posibilidades existenciales”.

“Aquello que determina nuestras posibilidades existenciales”. Pensadlo bien, cuántas veces hemos querido este año cambiar cosas que no estaban en nuestra mano. Darnos cuenta de que podemos decidir sobre bien poco alivia la carga del camino. En la mayoría de las ocasiones el veredicto está tomado, a modo de órdago o de digestión más lenta.

Todos hemos aprendido mucho de este 2016, pero como no puedo hablar en boca de todos, lo haré por la mía.

Ahora sé que las promesas no valen nada, que quien bien está no se compromete con el futuro. Aunque testarudos seguimos pensando que podemos ganarle la batalla al tiempo, a los lugares e incluso a lo cíclico, lo cierto es que no. Que el cambio forma parte de la vida. Y de poco sirve agarrarse a cal y canto a un hierro que a veces quema pidiendo que te vayas ya de ahí.

Ahora sé que no puedes huir de ti contigo. Que la mejor medicina es pararte a pensar, aunque a veces lleguen a doler las sienes. Y con raciocinio y sentimiento saber llegar a un acuerdo con uno mismo. Perdonar y perdonarse para poder correr, pero no en círculos.

Ahora sé que las personas, incluso las más sencillas, tienen algo que ofrecer, que enseñarte. Cosas que tu jamás hubieses descubierto por ti mismo. Américas anónimas. Pero también sé que las personas son complicadas, sus universos, con tantas galaxias y tan dispares, hacen que a veces seas incapaz de comprender o intentar adivinar cómo se expandirán.

Ahora sé que la fuerza está con nosotros, a lo Star Wars, que quien quiere se supera. Como Gabi, o el conocido Pablo Raez, o cada familia que ha querido cruzar un océano de cristal que corta en arenas occidentales. Auto-superación. Esperanza lorquiana. Retos con capa y metáfora de solo un individuo.

Ahora sé, que igual que hay individuos que desafían la gravedad en la movilización que generan con un solo ejemplo, también los hay no individuos sino grupos que tratan de embaucar a los niños que siguen teniendo ilusión en su propio beneficio (y se hacen llamar políticos). Y mira que nos advirtieron en Pinocho, que no hay que creer a promesas fáciles.

Ahora sé, que todo comunica. Las películas de papá, el cine americano y también las del neorrealismo italiano. Que comunicamos incluso cuando no hay propósito ni intención. Porque el silencio es también una respuesta. Pues todo se reduce a lo binario de un “si” o un “no”, aunque incluso en la segunda tesitura sigamos poniéndole ojitos a lo primero, refugiándonos en el abrazo traicionero de la incertidumbre.

Ahora sé, o siempre he sabido, que el conocimiento no ocupa lugar. Que hay que leer y mucho. Quejarse menos de la carencia de esta actividad en los niños y predicar con el ejemplo. Nunca forzar, pero sí dar a probar. Probar diferentes sabores para tener diferentes emociones. Aunque también sé que la vida, no momificada y sí palpable, está en la calle. Por eso hay que andar, viajar –no solo físicamente, también se viaja a través de personas–, y escuchar acerca de lo que tenga que contarte cada puñado de arena que bañan las esquinas.

Ahora sé que aún en 2016 hay personas no dignas de ser el resultado de tantos siglos de evolución. Que sigue habiendo mujeres que tienen miedo de andar solas de noche por la calle y mujeres que pierden la vida. Y que sigue habiendo hombres –y mujeres– que acuñan de “feminazismo” a actitudes que reivindican la vida y el respeto (sí, sí, “nazismo” como aquellos soldados alemanes que durante el tercer Reich usaban la grasa de los prisioneros muertos para fabricar jabón humano). También los hay que hacen sufrir a un animal en una plaza a modo de espectáculo, con el exceso de sangre tarantiniano, y los que niegan que su profesión sea algo cruenta y sanguinaria –con todo mi respeto a la tauromaquia, que conste–. Y los hay que quieren vestir en nuestro país su bandera con humildad y mentón alzado de orgullo por su familia, sus amigos, el folclore e incluso la tortilla de patatas –si me lo permitís–, y otros que con la anteojera y dolor del pasado los insultan y maldicen. Los hay en contra y a favor de la vida, vida que a veces no está en sus manos, sino en el vientre de otra persona. También los que creen ser eslabones de una sociedad de progreso y se resisten a la homosexualidad, a la adopción o matrimonio entre ellos. Qué más da la manera en la que busque un ser humano ser feliz si eso no interviene en tu proyecto de vida. En qué momento te creíste en posesión divina de poder decidir por terceros sobre qué hacen o dejan de hacer. ¿Quién tiene razón?, ¿no es la razón la suma de perspectivas? Porque a veces se desplaza el diálogo y se impone la tradición, y no hay nada más peligroso que eso. Así que vamos a rezar, y no a ningún Dios, pero sí por nosotros mismos, porque nunca perdamos el afán de entender por qué decimos “no” siempre a lo diferente, por probar con los “sí”, la aceptación y la diversidad. Por qué seremos tan cobardes y seguirán existiendo tensiones raciales en los países que se dicen líderes del mundo y por qué levantamos muros y fronteras. ¿No llegamos aquí con nada?, ¿no nos iremos también con los bolsillos vacíos?

Y seguiré pensando que la sociedad es una pareja que habla dándose la espalda, diciendo lo mismo pero sin llegar a entenderse.

Ahora sé, además, que el ego desmesurado es veneno, veneno que fluye en ambas direcciones –interior y exterior–. Por eso es mejor alejarse de aquellos que no ven más allá de su bandera. Que si con paciencia intentaste tolerar y comprender y una persona cierra su opinión, amigo, camina lejos de lo tóxico. Pero sé que asimismo nos tenemos que querer, cuidar y respetar. Que necesitamos de nuestra aceptación para que sea posible la de los demás. Y que somos imperfectos y nos tendremos con nosotros toda la vida, por eso no hemos de atrincherarnos contra nosotros, porque nunca así alguien pudo avanzar. Y seremos estrella de muchas otras vidas, y daremos luz de diferente manera. Por eso hay que centrarse en el potencial de ese brillo, en las virtudes. Somos diferentes, esa es nuestra oportunidad.

Ahora sé muchas cosas, como me quedan por saber muchas más. Hay días que han contado y días que han dejado de contar, haciendo que nos sintiéramos en pausa, un poco a la vanguardia de algo que seguía girando. Pero ahora tenemos con nosotros muchas cosas más que sabemos, como niños que tienen sus bolsillos llenos de caramelos, ¡y podemos compartirlos con los demás! Qué bonito es tener, saber, poder compartir y querer (querer por encima de todo). Como es bonito también lo que no se sabe, lo que viene sin manual, instrucciones, sin previoaviso, sin respuesta y sí con preguntas, como el 2017, que aún no lo sabemos, pero queremos empezar a saber.

¿Es la Navidad algo más?

Es ruido. Consumismo. Muchos quienes y bastantes nadies. Es prisa. Colas. Empujones. Precios altos. Marketing. Significados polvorientos. Recuerdos borrosos. Estrategias comerciales. Luces que no brillan pero sí son espectáculo de calles frías. 
Además, la Navidad, es el abrazo de mi tía Marian, cuya fuerza es proporcional a los kilómetros que la separan de nosotros. Es una mesa llena de opiniones diferentes que piden turno para compartir. Es oír a mi tío José contar chistes y también oler el asado más rico del mundo. Es ver a mi primo Javier corriendo, corriendo mucho y directo a ti. Es y somos todos. Una excusa y un motivo. Es cada una de las personas que ya no ríen pero siguen latiendo con nosotros. Es, para los cristianos y para los ateos. Pero también fue una pareja de refugiados que buscaba asilo con su hijo recién nacido y es hoy el retal que comparte el valor de la familia. La fecha que deserta al frío con tanto calor unido. 
Y me gusta, me gusta el ruido si tiene algo que decirnos. Me gustan las luces si intentan ser candela de ciudad a menos cero grados. Me gusta la prisa si son los nervios, la anticipación con la que apenas puedes convivir. Y me gustan los regalos, las estrategias que luchan por el «escógeme a mi» pero que nunca son capaces de atraparnos del todo. Porque él o ella se merecen más, porque hay que acertar, y para acertar hay que buscar muy dentro de los cuerpos. Me gusta que recordemos, que recordemos a nuestros abuelos, a todos los tíos, a todos los primos. Me gusta que recordemos, pero al estilo griego, ese que etimológicamente nos decía que recordar era volver a pasar por el corazón – re (de nuevo), cordis (corazón) –. Me gusta que se sonría, a la señora que espera el autobús, al señor que pasea, al niño que juega al balón, a la niña que te mira. Y que queramos también estar con quienes no podemos. Porque sí, querer es también poder, se puede cruzar océanos y también se pueden cerrar muy fuerte los ojos y abrir los huecos que nos deje el pecho. 
Porque la Navidad es la época en la que se desea, se desea por encima de todo. Nos germinan de pequeños con la ilusión de seres mágicos y acabamos deseando cosas que transcienden de literatura y cuentos. Deseamos ser plural. 
Por eso creo que la Navidad es una época que también viene envuelta en papel de regalo, que tenemos que abrir con ilusión, con cariño y también ganas para que todo salga bien.