Entrenamos el músculo de la indiferencia y nos acabaremos bajando en parada de nadie

El sábado mientras esperaba en la parada del autobús junto a otros desconocidos una chica llegó. Miraba el móvil y lloraba. Guardaba entonces el móvil y seguía llorando. Lo cogía. Y lo volvía a guardar. Solo habían pasado un par de minutos y continuaba atascada en su lucha agónica.

El autobús separaría en paradas el destino de un puñado de personas.

Probablemente la justificación se encuentre en la idea de que no se cruzarían más (o si lo hicieran seguirían sin verla) con una persona incapaz de salir, entonces, de aquel momento.

Rompí el “silencio” (acompañado de sollozos) para ofrecerle un chicle.

El puñado de personas entonces miró. Porque aunque nos impongamos una indiferencia liberadora con el aquel (en la tranquilidad del yo mismo), percibimos y actuamos. Ya que el silencio, es en sí una respuesta. El no hacer es por su propia definición, hacer.

Sonrió y aceptó. Rompiendo la dinámica coger-guardar dispositivo e intercambiándola por un masticar intrascendente pero entretenido.

Hasta hoy he estado pensando en si el volumen de un llanto determina la respuesta de las personas que tenemos alrededor. La contestación a mi pregunta, en este escenario, es aterradora.

Nadie hace nada porque nadie quiere hacer nada.

Nos abocamos a un ciclo de muchos vicios que cada vez gira a más velocidad.

Tu a lo tuyo y yo a lo mío.

Si tú me haces daño, yo te hago más.

Si tú te vas, yo me voy antes.

Si no te importo, tú a mi menos, o peor, mañana ni me acuerdo porque eres producto, que no persona, de una sociedad que trafica con emociones intensas y caducas.

El otro no deja de ser un reflejo de ti, un espejo que reflectará la luz que irradies.

Cuando entendamos esto, conectaremos con significados propios, que aguardan a la espera de una toma de electricidad que no depende de nosotros mismos.

No puedes con todo.

Rectifico, puedes, con el riesgo de quedar atascado en una emoción inerte en la cara B de la realidad. En una parada de nadie. Donde no escuchas, y tampoco nadie te escucha.

Hay veces que hay que dejar que el amor entre a ti, de cualquier forma o manera, para poder realmente devolverlo, también de otras formas y maneras.

¿Se puede intuir el destino?

Tan nítido como el intento que adelantas frustrado del pequeño de la familia, el cual cruza su brazo sobre la mesa para alcanzar algo habiendo vasos de por medio. Te retiras entonces un poco de la mesa y colocas tu mano cerca de los objetos que potencialmente serán derribados.

Pero a la vez tan confuso como un reproductor aleatorio de música. Puedes querer una canción y seguir pasando sin dar con ella en toda la mañana. Puedes no saber qué canción quieres y descubrir que es justo la que por arte de coincidencia se reproduce.

La intuición es una picardía que puede salir mal. Una navaja recién afilada sobre la que puedes caminar, cortándote con una esperanza inflada de sesgos, pero con la adrenalina del funambulista.

A la vez puede ser una insensatez que esconda las soluciones del enigma que no conseguías terminar de resolver. Unos hilos ya tejidos y conectados de una dimensión espacio temporal que la razón no te deja ver y que en un determinado momento te hacen tropezar, lo quieras o no, con tu pasado, presente y futuro. Pues al fin y al cabo, la vida es parte de un todo que no deja de girar y sucederse.


Cuando es, cuando lo ves, cuando sucede y lo puedes entender, no hay vuelta atrás.

No quedarán andenes, ni puertas, ni ventanas por las que escapar a otro lugar. Cualquier otra hipótesis presente se asfixiará ante una clarividencia nítida del porqué.

Tu presente te escuchará y se dejará escuchar. Tu visión se desdoblará en una realidad sin finales ni principios.

Un fogonazo que puede durar apenas un momento y ayudarte a saldar cuentas pendientes que parecían ser propina asumida.

Hay personas que te cuentan el secreto de nunca contaste. Susurrando una historia que hilvana con la tuya.

Que te tocan y miran con una inverosímil familiaridad.

Que saben cómo, sin tú contarlo, sin siquiera tú saberlo.

Encontrando la paz un refugio para no volver a temer ni tiritar.

El destino es la vil sonrisa sarcástica de alguien que sabe ya que todo pasó mucho antes de lo que tú, ingenuo, desconocías mientras deambulabas por el existir.

¿Es la ilusión de eternidad de los niños la felicidad?

La felicidad perdida, me refiero.

La que pasamos toda la vida volviendo a querer encontrar. 

La que está en sentarse aburrido esperando a que llegue la hora de cenar. 
La de repanchingarse en el sofá.
La de querer pedir el postre en el chiringuito, ignorando que era la última cena del verano.
La de echar los palillos dentro de la única Coca-cola que te dejan tomarte.

Donde todo te parece eterno, inmutable al tiempo.

Ya que, en la ilusión de permanencia, te puedes permitir quedarte con tus amigos en la playa hasta que se ponga el sol.

Te puedes permitir no saber ni querer saberlo. Aunque acabarás sabiendo que fue uno de los mejores recuerdos que tienes. 

Hablo de esta paradoja inventada en la que, cuanto más persigues la idea de ser feliz parando el paso del tiempo, más lejos estás de ello. Porque a mayor intención de capturar un momento, mayor probabilidad de perderlo en esa misma idea.

Como si quisiéramos nadar y sin embargo nos ahogáramos.

Por la presión, el maldito peso asfixiante sobre nuestros hombros que crece con el paso del tiempo. Por el mero hecho de pasar. De sumarse o de restarse. 

Porque ves que el tiempo pasa y se va.

¿Habremos de sucumbir a vorágine sin sentido de la naturaleza del devenir?

Ignorando para atender.

Fingiendo una falsa ilusión de tiempo como mejor antídoto a una depresión post vacacional, o a la pérdida de un ser querido.

Permanecer en ningún tiempo para pertenecer a todos.

Aburrirnos en un momento que, acéptalo, tendrás también que dejar ir para que llegue otro. 

Una lobotomía que capacita a la libertad.

MRC

Me has dejado sin palabras

Abuelo, me has dejado sin palabras.

¡A mi!, ¡a tu nieta del don de la pluma que siempre dices!

Aún en este vacío indescriptible, quiero hacer mi mayor esfuerzo para que todo el mundo pueda guardarte en su pensamiento.

Ya sé que puede parecerte osado, que has sido hombre humilde al que nunca vi con aires de grandeza, y sin embargo, cuan grande eras para cada uno de nosotros.

La vida, al fin y al cabo, es el camino que hacíamos por la bahía del valdelagrana, donde las conchitas partidas se te clavan en los pies. Tu voz, la que me dice que me pondrá las plantas fuertes, es la que quiero recordar. Tu mano, que me agarraba la que quiero sentir, porque si dolía demasiado, salíamos corriendo al mar.

¿Y a allí me esperarás, verdad?

Aunque si lo prefieres, también puedes hacerlo al final de la cuesta de los momentos difíciles para que pueda celebrar los finales en el consuelo que que todas las cuestas caen. Aquello que me repetías al ser la nieta más rellenita que iba la última cuando las subíamos en bicileta.

Chiqui junior, sigue.

Y chiqui junior va a seguir.

Cucurri, cuachón, pipi, cutrusququis, bichos, qué divertido ha sido verte toda la vida sonriendo y con los brazos abiertos. Supongo que también tenías tus problemas pero ¿cómo lo hiciste para nunca estar enfadado?, ¿era por el barquillo de tres sabores que guardas siempre en el frigorífico?, ¿o por las tostadas de aceite y miel?

Hemos celebrado mucho, y ha sido por tu afán de juntarnos, con esas cadenas interminables de mails a toda la familia.

Con lo que te gustaba estar al día en la tecnología, hoy en día podríamos hacer un podcast con las batallitas, eso te lo explico en otro momento.

No solo volvería a los buenos momentos, también me gustaría volverme a aburrir contigo viendo la vuelta ciclista. O a retorcerme por no saber la fórmula del ungüento maravilloso.O a enrabietarme por no cortar las naranjas de esa forma tan perfecta. O a morirme de vergüenza porque hayas dicho en la puerta de los toros que tengo 8 años y ya tenga 10.

Todo esto que yo estoy contando, tú ya lo sabes, te he dicho incontables veces que te quiero y he intentado escribirte lo que significas para mi.

Solo espero que sigas oyendo, o sintiendo, los te quiero que te voy a ir mandando. Te vamos, yo y cada uno de tus hijos, amigos, familiares y nietos. En cada uno de nosotros dejaste algo diferente, aunque nos lo has dado a todos TODO por igual.

Solo dos cosas más.

Gracias por ser el primero en creer en mi en lo que tú y yo sabemos. Algún día puede que te cuente que lo conseguí.

Y lo segundo, ¡ten cuidado con las manchas que la abuela ya no te puede regañar!

Bueno… en realidad una cosa más.

No te separes de la abuela, no lo has hecho nunca, no lo hagas ahora por favor.

Te quiero, abuelo luis.

Si te quitan

Si te quitan la ropa, te quedas desnudo.

Si te quitan los zapatos, te quedas descalzo.

Si te quitan las gafas, te quedas sin ver.

Si te quitan el reloj, te quedas sin tiempo.

¿Y si te quitan de tu lado a alguien a quien quisiste?

Te quedas desnudo, descalzo, sin ver y sin tiempo.

Desnudo en una primavera en la que aún llueve. Como el niño que nace sin normas, sin lenguaje, sin educación. Exactamente igual que el barco de papel sin dirección que alguien pone en el agua. Perder a un ser querido es volver a una emoción tan primitiva que ni siquiera sabes cómo afrontar, ya que no has tenido maestro en un arrebato tan injusto. El presente parecía opuesto a un futuro donde no había nada. Tan solo era complementario.

Descalzo en un camino pedregoso sin final. Al menos, no aparente. Los pies que lo sienten todo, se anticipan al dolor y se lo comunican al cuerpo por sus vías. Irías, pero las habitaciones están vacías.

Sin ver futuro porque la imaginación dista del recuerdo. Quedándote anclado a una tierra pasada, donde no puedes levantar el peso para avanzar.

Sin tiempo porque el tiempo es una mentira. Un líder autoritario al que no podrás renunciar, siendo inútil cualquier esfuerzo para poder comprenderlo. Saltarías desde las agujas si pudieras quedarte en aquel brindis. El tic-tac puede enmudecer el sonido de una voz.

Hoy recuerdo a mis abuelos.

La sal en tu espalda, abuela.

Verte en el balcón al llegar, abuelo.

Mis palabras se van para traeros de vuelta.

La primavera es…¿él o ella?

Ha llegado la primavera y quería escribir hoy que la primavera además de una estación, a veces son personas.

Hay personas que son invierno y te dejan heladas, cuando se van y cuando están. Siempre hay algo que no consigues entender y como el agua y el frío te quedas congelado e inmóvil en unos sentimientos que apenas puedes manejar al no sentirte las manos.

Hay personas que son otoño, que te desvisten como un árbol con un poco de tiempo y un hombro que te dan para apoyarte. Personas tranquilas de consejos lluviosos, de los que empapan y se te quedan ciñéndote la ropa de otra manera. 

Hay personas que son verano, que levantan el castigo, los horarios y las responsabilidades. Personas que soplan todas las nubes y te invitan a salir a reír al sol. Reír tanto que se te olvidan otros días, y las demás estaciones. 

Y hay también personas que son primavera.

La primavera le roba el miedo al invierno, tan despacio como aprender a ir en bici sin ruedines. Trae el sol y la luz que a veces olvidabas en lunas a las siete de la tarde. 

La primavera saca la ropa de color de tu armario y desplaza la negra a los últimos estantes. ¿Somos lo que mostramos? Desde luego, lo que mostramos afecta a lo que somos.

La primavera hace florecer los jacintos, los lirios, las amapolas de parques, balcones, colegios, azoteas. Despierta con vida todo lo que dormía. Y como perros que huelen su comida, movemos inconscientes el rabo en la mezcla de aromas. 

La primavera es algo tan divertido como la nata y las fresas. Habiendo aquí dos tipologías de personas, la de mucha nata y pocas fresas y al revés. La nata es para ambos, un guilty pleasure  de la primavera que nos hace relamernos. 

Todos tenéis personas primavera, una estación no polarizada en la que podrías quedarte tres más. Algo que se aleja del agobio de los abrigos y del sudor de ventilador. 

No hay nadie “aestacional”, pero sí que hay estaciones que en ocasiones se apoderan de nuestros años.

Status quo es que la primavera acaba con el invierno.

Saca todos los muebles del desván, pone unas plantas y unas sábanas.

Y levanta las persianas terminando con la oscuridad.

Despega que te espero al otro lado

Los músicos se dieron cuenta antes que nosotros de que debían incluir en la canción un declive evidente, que seguido de un silencio temporal y sostenido, precedía al estallido del último estribillo.

No nos gustan las despedidas. Nos agarramos torpédicos a segundas oportunidades que son un epílogo de un libro que ya leímos. Digo torpédicos porque tropezamos con mismos pensamientos, llevando unos cordones desatados adrede por la razón. Ya que, igual que usamos un antifaz para poder dormir cuando hay sol, hay veces que también queremos usarlo para vivir cuando está oscuro.

Hay un “sin embargo”. Un sin embargo que es aliado no del bando ganador, sino del bando que no participa en la batalla. Un alto al fuego y una bandera blanca sin manchas de pensamientos contrarios. ¿Qué quiero decir con esto? Que para poder avanzar no es necesario hacer mala publicidad de las ruedas que solías usar en tu coche. Hay ruedas que patinan, y cuando llevas en la carrocería no eres consciente de que elegiste mal. Creerás que es el clima del día, pero no te dará por pensar que quizás no se ajustaban a tu vehículo.

No nos gusta equivocarnos, y aún mareados vamos a seguir agarrados al tiovivo, anclados a una velocidad que solo nos hace girar en la sin salida de los círculos. Un pie en el suelo nos haría salir disparados hacia la cordura, y ese pie suelen ser los amigos y familiares, que no tienen fuerza sin embargo para devolvernos a la ficticia gravedad que da estabilidad y sentido a nuestro día a día. Ya que muchas veces compadecemos causas que sabemos perdidas. Sentimos que el dolor de la caída será mayor que el de la recompensa, y por ello nos mantenemos estáticos e impávidos ante una felicidad improductiva, que ni crece ni se transforma.

Hay ocasiones en la que nos queremos poco —no siendo siquiera conscientes—, y por ello convivimos con situaciones que no son de nuestra talla. Que nos asfixian, nos incomodan o nos limitan, que no nos permiten estar cómodos o sentirnos mejor. Por ello bebemos a veces de lagunas vacías, ignorando que siempre vuelve a llover.

Lo peor ocurre; un despido, una discusión, un traslado… y en el común del cambio ocurre que, junto al tiempo, comprobaremos si nuestra situación nos pertenecía o nunca lo hizo. Si era aquella circunstancia por la que merecía esperar o mantenemos con lo único que poseemos: el único disparo que es la vida. Impacientes, no seamos impacientes, ya que el coraje depende de nosotros, y en ocasiones, necesita de un poco de perspectiva, de alejarnos de malgastar fuerzas en asuntos equivocados.

Algo que ya sabemos es que la decisión libre descansa en la pérdida. Pues cuando ya no tienes algo, sabrás si lo estabas eligiendo.

Escribo este texto para dormidos y sonámbulos. Por expresar que el despertar está exclusivamente en nosotros, en la decisión de poner fin a un duermevela. Con los ojos abiertos se ven más cosas que si nos empeñamos en cerrarlos.

Confiésate, ¿eres del todo feliz? Si la respuesta no es: creía que no lo podría ser tanto —con la mesura y la humildad de quien sabe valorar lo que tiene—, quizás sea el momento de despegar.

Despega que yo te espero al otro lado.

Hazte el despistado

Hazte el despistado.

Tú hazte el despistado y deja al lado la intuición irracional. En cuestión de una cuenta atrás de la que no somos dueños, se estrecharán los hilos y pensarás: “si esto lo sabía yo”.

El inconveniente es el sesgo negativo con el que filtramos. Ya que solemos prestar atención a todo aquello que Murphy ya regló. Nuestro mecanismo de defensa, en continua ansia de desvalorarnos, sigue esperando más ataques, incluso aquellos que no son reales.

Enumeramos y repetimos una lista que se relaciona con ella misma. Retroalimentándose y engordando el cebo que es su trampa.

En este careo entre nosotros y aquello que hacen llamar devenir, habrá puntos en común. Cabrá todo aquello que no salió como esperábamos, aunque tampoco lo esperásemos de otra manera. Cabrán los tropiezos con nuestros propios cordones, y las cargas de las piedras que nosotros fuimos recogiendo.

Cabrán las casuísticas que nos pusieron en un lugar distinto al que habíamos planeado. Abriéndose aquí las aguas con algo de verdad: intuimos, que no predecimos. Fantaseamos con una idea de permanencia y estabilidad donde quepa todo nuestro orden y solo las sorpresas buenas. Olvidando que, el miedo a lo que no nos gusta de nuestra realidad, es por un lado motor del cambio y por otro, la posibilidad evidente de que las cosas cambian, siendo el cambio una dicotomía que puede caer por el lado menos pesimista.

Utilizo “caer” porque a veces uno se cae al agua y se queda nadando.

Aquella puerta que ni siquiera veías en la habitación porque no te habías movido, puede comunicar con el exterior. Un exterior que, por supuesto, no habías imaginado, pero ya desde hacía tiempo se colaba por tu ventana, dejando intuir a nuestra “videncia” limitada.

Hay momentos donde no consigues lo que quieres porque sí es el momento, pero de aprender una lección, no exactamente la que esperabas, pero sí la que necesitabas. Es la magia de creer que vas a un sitio cuando en realidad estás dirigiéndote a otro.

Por eso, tú hazte el despistado.
Tú hazte el despistado y deja al lado la intuición irracional. En cuestión de una cuenta atrás de la que no somos dueños, se estrecharán los hilos y pensarás: “si esto lo sabía yo”.

Aunque en realidad no supiésemos que no lo sabíamos.

Perdone, ¿me deja pasar?

Las certezas nos mantienen a salvo, son el decorado de cartón que muchos creen de piedra mientras ven la obra. Son la mentira más piadosa que nos repetimos una y otra vez para poder avanzar. Porque, si por solo un segundo cruzase por nuestra cabeza que todo puede cambiar de un momento a otro, ¿qué pasaría? Aparentemente, nada tendría valor, o como solemos decir, carecería de sentido. Pero y si fuese justamente al revés, ¿y si todo hubiese tenido más sentido que nunca?

Nadie se planteaba esta situación, quedar confinados en casa porque un virus está destruyendo todo fuera de ellas. Todos, seguíamos creyendo en la “eternidad” de las cosas, proyectando nuestra rutina, mientras en Wuhan nos presentaban a su mayor enemigo: el Coronavirus. Seamos realistas, las bombas caen en Siria, ¿pero alguien las oye aquí? Se metió después en la bota de Europa, y nosotros seguíamos mirando nuestra suela, porque hay un virus mucho más invasivo que el COVID19, se llama egocentrismo, y ese ya hace tiempo que se instaló en nuestro sistema, hablándonos desde dentro y equivocándonos al interpretar la realidad a su manera para que podamos entenderla.

Caímos en la trampa del ser y su infinidad una vez más, y a mi me pilló con mi abuelo, mi primo Fernando y su maravillosa Ana jugando al dominó. Acompañándolo tras la pérdida de mi abuela. Y es que cada uno de vosotros tendréis vuestra historia, vuestra partida, aunque nos hayan dejado a todos en tablas.

Y en este silencio, y sobre todo, este tiempo que parecía agotado en nuestro día a día, dónde todo se hubiese presupuesto oscuro, es cuando todo nos viene de golpe a la cabeza.

Hace unas semanas podíamos pagar al autobusero y darle los buenos días, ¿se los dimos? Hace unas semanas podíamos habernos sentado con nuestras abuelas y abuelos en la mesa camilla durante horas, ¿acabaron sabiendo algo más de nosotros?
Hace unas semanas podíamos haber planeado viajes con nuestros amigos de fuera, ¿los teníamos fechados?
Hace unas semanas podíamos haber salido a bailar, pero estábamos cansados.

Hace unas semanas todos los problemas que teníamos no serían problemas ahora. Y si no lo son ahora, es porque no lo eran. Pero si esto tiene un revés, es que empezamos a ser conscientes de nuestra ceguera, ahora que se caen las vendas, vemos lo afortunados que éramos teniendo los amigos que teníamos, y no podemos esperar un minuto más a verlos por videollamada, acabando con los futuros imperfectos donde lo dejábamos para otro día. Aún más separados que nunca, ahora vamos a los mismos conciertos a través de directos, hacemos deporte juntos (¡deporte!), cocinamos con más cariño incluso y hasta somos capaces de hacer un eco unísono de aplausos por todos los que están en primera línea luchando. Porque sí, somos capaces de ponernos de acuerdo y no estar gritándonos en diferencias absurdas de opinión cuando le hemos visto los colmillos a la vulnerabilidad y se nos ha puesto el vello de punta al pensar que podemos perder a aquellos que queremos.

Igual que tuvo un antes esta situación, tendrá un después. Terminará como todos los malos sueños. Y si espero algo es que no volvamos a dejar “para otro día” las cervezas que prometimos. Donde no racionalicemos los abrazos porque no estemos de humor. Donde no volvamos a ser cobardes no gritando nuestra verdad. Donde cuando no sea el mismo tema en replay a todas horas a través de los medios de comunicación, sigamos preocupados por todos nuestros hermanos de diferentes lugares. Donde sigamos teniendo tiempo para lo que siempre quiso hacer nuestro “yo”. Donde queramos mucho y queramos de verdad con todo el gas y nada de medios, repitiéndolo tantas veces como aplausos hemos dado. Donde bajemos el volumen de lo que no importa porque como dice la canción de Raphael “ne parton pas faches, ça n’en vaut pas la peine”.

Atreveos y sed amables, porque nada es para siempre, tampoco el momento donde miras a un desconocido a los ojos y le dices: Perdone, ¿me deja pasar?

Crítica del Joker: Un delirio

Todo atisbo de vida comienza con un impulso eléctrico. 

Todo atisbo de vida comienza con una historia de amor. 

La historia de Arthur Fleck da sus primeros torpes pasos, pues calza zapatos grandes de payaso, sobre estas dos primeras premisas. Rompiendo toda lógica en la relación entre ellas.

Joker es un largometraje terroríficamente realista de una sociedad que parece disfrutar excluyendo lo diferente, incluyendo “trapacero” en la definición de gitano en la RAE, alimentándose de los débiles como los caballos del chivo. Una sociedad que burla la mala caligrafía por su condición reglada. Y es que es nuestro sentimiento de no querer sentirnos diferentes, de simplemente pertenecer, el que empuja con egolatría al vacío al que puede serlo más que tú, porque tú no quieres ir primero, porque la “universalidad” de los buenos actos parece estar reservada solo para las redes sociales, donde tan solo se proyecta. 

Phoenix parte de esta premisa para, como mago sin secretos, incomodarnos en la esquina oscura del patio del recreo. Es capaz de congelar una enfermedad mental en la agonía de querer dejar de reír. Un personaje que hace comprender al espectador entregando una tarjeta lo que es tener una mente “bipartita” de código anormal criada en el status quo.

Esta historia de amor con la que comenzaba la crítica, no es más que la toxicidad de la primera relación, eliminando la segunda persona y enfilando la peligrosidad que tiene el “uno mismo”. Un “uno mismo” que, una vez desprovisto de su pasado (historia confusa y traumática sobre sus orígenes), de cualquier relación de aceptación por parte de sus pares, e inmerso en un trastorno paranoico, ya no podrá discernir nunca más la realidad. 

Todd Phillips baila con la película con unos planos laterales y desencajados repletos de la expresión impávidamente irracional de Joaquin, planos que, ya sean desprovistos de cualquier equilibrio al situar al personaje justo en medio o haciendo que mire al lado incorrecto, rompe la única racionalidad que quedaba: la estética. Resaltar que los actos sí quedan aristotélicamente definidos y concretados en la tragicomedia.

El espectador activo desde su butaca, disfruta también de las referencias a lo largo de todo el  largometraje. Desde el videoclip de la canción «Old Soft Shoe» hasta Ciudadano Kane, V de Vendetta, e inclusive podríamos decir el Tercer Hombre, lo cual dota a la película de la atemporalidad del buen cine, vestido con una paleta de colores exquisita. Tampoco pasa por alto contexto, los continuos hospitales o el “Why so serious” del final pues no deja de ser un Spin Off de Batman (asimismo del Joker en sus versiones pasadas, el vinilo de De Niro en el camerino recuerda a la versión de Jack Nicholson, así como el beso al principio del programa puede evocar una de las entrevistas de Heath Ledger).

Además, se sugiere un posible pasado común genético entre héroe y antihéroe. La forma más primitiva del bien y del mal, del comienzo de cualquier religión y filosofía. Algo que, sin duda, rescata el debate de “nature-nurture”, “gen-ambiente” y que se plasma en un “aun-no-villano” “entre rejas” mirando de frente la naive injusticia de la riqueza. 

La postmodernidad que salpica la sangre “tarantinianamente” en forma de lágrima sobre el rostro de Arthur (por cierto, “el Rey Arturo”, Art-arte) contribuye a terminar con el dramatismo, culminando el fin de éste en unas escaleras que ya no son cuesta arriba sino cuesta abajo, en una escena diríamos la más luminosa y un baile (o comportamiento, según se entienda el símil) que ya no es para uno mismo, si no que se puede compartir en todo su esplendor y rareza con el resto. 

La falta de expectativas sobre el personaje es lo que lo hace interesante, esa falta de correlación o sentido entre acciones. Sin embargo, y aunque lo que haga posible la película sea esta “resistencia” de payasos en un mundo que ya no nos hace gracia pues se ha vuelto inhumano e impersonal (caretas), la película debe de ser vista con sentido crítico, pues en un mundo patas arriba puede confundirse la ficción y la realidad y esto no deja de ser una oda a un villano colocado en forma de mesías sobre un coche como si fuese su cruz, una justificación de sus acciones que pertenecen tan solo a la gran pantalla. 

La soledad del personaje es tal que solo lo acompaña su reflejo en el espejo, algo que vemos constantemente. Sin embargo, dejamos de sentir condescendencia cuando todo empieza a irradiar dopamina, dinamismo del ser, y es que al fin y al cabo, todos deberíamos de bailar más a menudo, cambiar las etiquetas que nos han puesto y encontrar un motivo para dejar de pensar que no hacemos las cosas bien. Él es nuestro reflejo más distorsionado. Alegrándonos cuando deja de atormentarse por estar triste al no poder ser feliz a la manera impuesta o todo el tiempo. Y es esto lo que al final debemos de entender, ser y dejar ser, intentar evitar el daño y hacer el bien, para elevar este último hasta que podamos sonreír de verdad.