¿Alguien sabe como será el 2017?

Que se va, se está yendo, se va ya.

Maniáticos, que con un mal uso de la conjugación del verbo ir queremos despedir un año, un concepto. Pero los años no se van, no se van a ningún lado. Se quedan con nosotros, a veces en películas de vídeo, otras en recuerdos, en fotografías, en marcas en la piel. No podemos decir adiós porque tenemos memoria, aunque a veces se nos olvide.

Y me paro a pensar, en todo el champán, en el exceso de comida, en la música a prueba de tímpano, en todos los “nunca” que salen a la calle a celebrar. ¿Tan necesitados de otra oportunidad estamos?

En realidad, también podéis contraargumentar con que toda esta fiesta excesiva, desorbitada, apellidada con despropósito, es solo la objetificación de un “gracias”. Por haber vivido, aunque Ortega ya esgrimiera que eso no es una elección, sino más bien la consecuencia de ser arrojados a un mundo, que nos dará una historia –un proyecto, un hacerse–, una manera única de experimentar la realidad. Y qué gracia, ¿eh?, eso de: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo a mí”, pero qué tal si vamos más allá, si pensamos en el año vivido como esa abstracta circunstancia, de “aquello que nos afecta” y “que determina nuestras posibilidades existenciales”.

“Aquello que determina nuestras posibilidades existenciales”. Pensadlo bien, cuántas veces hemos querido este año cambiar cosas que no estaban en nuestra mano. Darnos cuenta de que podemos decidir sobre bien poco alivia la carga del camino. En la mayoría de las ocasiones el veredicto está tomado, a modo de órdago o de digestión más lenta.

Todos hemos aprendido mucho de este 2016, pero como no puedo hablar en boca de todos, lo haré por la mía.

Ahora sé que las promesas no valen nada, que quien bien está no se compromete con el futuro. Aunque testarudos seguimos pensando que podemos ganarle la batalla al tiempo, a los lugares e incluso a lo cíclico, lo cierto es que no. Que el cambio forma parte de la vida. Y de poco sirve agarrarse a cal y canto a un hierro que a veces quema pidiendo que te vayas ya de ahí.

Ahora sé que no puedes huir de ti contigo. Que la mejor medicina es pararte a pensar, aunque a veces lleguen a doler las sienes. Y con raciocinio y sentimiento saber llegar a un acuerdo con uno mismo. Perdonar y perdonarse para poder correr, pero no en círculos.

Ahora sé que las personas, incluso las más sencillas, tienen algo que ofrecer, que enseñarte. Cosas que tu jamás hubieses descubierto por ti mismo. Américas anónimas. Pero también sé que las personas son complicadas, sus universos, con tantas galaxias y tan dispares, hacen que a veces seas incapaz de comprender o intentar adivinar cómo se expandirán.

Ahora sé que la fuerza está con nosotros, a lo Star Wars, que quien quiere se supera. Como Gabi, o el conocido Pablo Raez, o cada familia que ha querido cruzar un océano de cristal que corta en arenas occidentales. Auto-superación. Esperanza lorquiana. Retos con capa y metáfora de solo un individuo.

Ahora sé, que igual que hay individuos que desafían la gravedad en la movilización que generan con un solo ejemplo, también los hay no individuos sino grupos que tratan de embaucar a los niños que siguen teniendo ilusión en su propio beneficio (y se hacen llamar políticos). Y mira que nos advirtieron en Pinocho, que no hay que creer a promesas fáciles.

Ahora sé, que todo comunica. Las películas de papá, el cine americano y también las del neorrealismo italiano. Que comunicamos incluso cuando no hay propósito ni intención. Porque el silencio es también una respuesta. Pues todo se reduce a lo binario de un “si” o un “no”, aunque incluso en la segunda tesitura sigamos poniéndole ojitos a lo primero, refugiándonos en el abrazo traicionero de la incertidumbre.

Ahora sé, o siempre he sabido, que el conocimiento no ocupa lugar. Que hay que leer y mucho. Quejarse menos de la carencia de esta actividad en los niños y predicar con el ejemplo. Nunca forzar, pero sí dar a probar. Probar diferentes sabores para tener diferentes emociones. Aunque también sé que la vida, no momificada y sí palpable, está en la calle. Por eso hay que andar, viajar –no solo físicamente, también se viaja a través de personas–, y escuchar acerca de lo que tenga que contarte cada puñado de arena que bañan las esquinas.

Ahora sé que aún en 2016 hay personas no dignas de ser el resultado de tantos siglos de evolución. Que sigue habiendo mujeres que tienen miedo de andar solas de noche por la calle y mujeres que pierden la vida. Y que sigue habiendo hombres –y mujeres– que acuñan de “feminazismo” a actitudes que reivindican la vida y el respeto (sí, sí, “nazismo” como aquellos soldados alemanes que durante el tercer Reich usaban la grasa de los prisioneros muertos para fabricar jabón humano). También los hay que hacen sufrir a un animal en una plaza a modo de espectáculo, con el exceso de sangre tarantiniano, y los que niegan que su profesión sea algo cruenta y sanguinaria –con todo mi respeto a la tauromaquia, que conste–. Y los hay que quieren vestir en nuestro país su bandera con humildad y mentón alzado de orgullo por su familia, sus amigos, el folclore e incluso la tortilla de patatas –si me lo permitís–, y otros que con la anteojera y dolor del pasado los insultan y maldicen. Los hay en contra y a favor de la vida, vida que a veces no está en sus manos, sino en el vientre de otra persona. También los que creen ser eslabones de una sociedad de progreso y se resisten a la homosexualidad, a la adopción o matrimonio entre ellos. Qué más da la manera en la que busque un ser humano ser feliz si eso no interviene en tu proyecto de vida. En qué momento te creíste en posesión divina de poder decidir por terceros sobre qué hacen o dejan de hacer. ¿Quién tiene razón?, ¿no es la razón la suma de perspectivas? Porque a veces se desplaza el diálogo y se impone la tradición, y no hay nada más peligroso que eso. Así que vamos a rezar, y no a ningún Dios, pero sí por nosotros mismos, porque nunca perdamos el afán de entender por qué decimos “no” siempre a lo diferente, por probar con los “sí”, la aceptación y la diversidad. Por qué seremos tan cobardes y seguirán existiendo tensiones raciales en los países que se dicen líderes del mundo y por qué levantamos muros y fronteras. ¿No llegamos aquí con nada?, ¿no nos iremos también con los bolsillos vacíos?

Y seguiré pensando que la sociedad es una pareja que habla dándose la espalda, diciendo lo mismo pero sin llegar a entenderse.

Ahora sé, además, que el ego desmesurado es veneno, veneno que fluye en ambas direcciones –interior y exterior–. Por eso es mejor alejarse de aquellos que no ven más allá de su bandera. Que si con paciencia intentaste tolerar y comprender y una persona cierra su opinión, amigo, camina lejos de lo tóxico. Pero sé que asimismo nos tenemos que querer, cuidar y respetar. Que necesitamos de nuestra aceptación para que sea posible la de los demás. Y que somos imperfectos y nos tendremos con nosotros toda la vida, por eso no hemos de atrincherarnos contra nosotros, porque nunca así alguien pudo avanzar. Y seremos estrella de muchas otras vidas, y daremos luz de diferente manera. Por eso hay que centrarse en el potencial de ese brillo, en las virtudes. Somos diferentes, esa es nuestra oportunidad.

Ahora sé muchas cosas, como me quedan por saber muchas más. Hay días que han contado y días que han dejado de contar, haciendo que nos sintiéramos en pausa, un poco a la vanguardia de algo que seguía girando. Pero ahora tenemos con nosotros muchas cosas más que sabemos, como niños que tienen sus bolsillos llenos de caramelos, ¡y podemos compartirlos con los demás! Qué bonito es tener, saber, poder compartir y querer (querer por encima de todo). Como es bonito también lo que no se sabe, lo que viene sin manual, instrucciones, sin previoaviso, sin respuesta y sí con preguntas, como el 2017, que aún no lo sabemos, pero queremos empezar a saber.