Hoy y siempre

Quiero a mi madre porque en el acto más generoso, biológico y humano me dio la vida. En el sentido más literario y metafórico me la volvió a dar. Me la ha dado con la mano, me la ha dado con los brazos, con las miradas y con el corazón.

Quise a mi madre cada día que no super hacer algo y ella me enseñó y también cuando creía que podía hacerlo bien y ella me dijo que lo podía hacer mejor. La quiero por ser quien quiero llegar a ser, por darme todo lo que ella ha tenido y ha sabido.

Porque las madres son eso, son nuestra capacidad de hacer las cosas, las maestras más sinceras que nunca subestiman, tanto que si alguna vez dudamos de nosotros serán el colchón seguro que siempre confía, como promesa eterna. Mi madre es la comandante con peor genio del mundo cuando no recojo el cuarto (esto es de broma, mami). Es lealtad impoluta y cariño sin límite escondido en los “no llegues tarde”, “¿Qué tal el día?”. Son las mejores cocineras, sin estrella y a veces con algunos michelines.

Las madres son esas personas que a veces también necesitan ayuda, porque aunque sean nuestras heroínas y las “súpermamás” de la casa también se cansan. Pero nunca lo dicen. Porque son coraje sólido. Y es ese mismo coraje el que se disuelve en ternura cuando nos ponían tiritas, cuando se echaban a reír por cualquier tontería que se nos escapase o cuando respondían todas y cada una de las preguntas “¿Por qué, mamá?”. Por ser compañeras de juego, peluqueras, modistas, líderes y fans. También por estar cuando echas la memoria atrás y las recuerdas al lado mientras caías dormida o cuando te rodeaban con la toalla al salir del mar frío. Son la veleta que nos ha guiado cuando no sabíamos hacia donde el viento, las que pusieron las baldosas amarillas con fin en una meta llena de esfuerzo, pero sobre todo valores.

Por todo esto y lo que no se puede describir a una madre en unos caracteres, porque no caben, ni en un folio, ni en un baúl de juguetes, ni en uno de los cuentos que nos contaron antes de dormir, ni si quiera en el corazón, porque se salen de él y trascienden a nosotros mismos, a quienes somos gracias a ellas. Por eso hoy un gracias, solo y suficiente. Como la sinceridad y el viento de cara, la continuidad y modestia de algo que se teje con perfección y continuidad.

Gracias mamá, por ser calma, refugio, escuela y manos. Te quiero, si es que eso fuera suficiente.